El año…

Ese año lo vi llorar dos veces. La primera fue en junio. Miraba, con alegría, como un gigante-petiso conquistaba el lugar de mito dentro de un estadio mexicano.

La segunda fue cuando su padre, ese mismo año a comienzos de noviembre, dio su último suspiro. No eran las mismas lágrimas. Unas estaban acompañadas de saltos y gritos frente al televisor. Las otras, en cambio, caían en línea recta al piso y se escuchaban como retumbaban. Durante muchos años pensé, recordando esos episodios, que los anteojos que nos coloca la infancia -con los cristales hechos en la óptica de la inocencia- habían deformado mi percepción. Me quedé con esas ideas dando vueltas durante varias décadas.

Esa asociación apareció nuevamente en mi cabeza treinta cuatro años después. En el año en el que vivimos en una película de ciencia ficción -contando barbijos, enfermos, muertos y ocupación de camas- volvió a pasar. Lo vi llorar dos veces. Aunque, en este caso, todas las lágrimas fueron rectas. Lo abracé. Sentía como le nacían de las tripas los espasmos. Ahora era su hermano. A las pocas horas, casi sin solución de continuidad, empezaron los mensajes de Whatsapp. “¿Te enteraste?”. “No lo puedo creer”. “Debe ser una noticia falsa”. “¿Me estás jodiendo?”. “El gordo es inmortal”. “Che, es serio. Lo están diciendo por todos lados…”. Lo vi sentado, mirando con los párpados hinchados la pantalla de otro televisor, más plano y con más color, como hundía la cara en sus manos, en silencio. No había copa por levantar. Me senté al lado suyo. No dije nada. Así nos quedamos. Nos dolían las piernas. Sentíamos como que nos las habían cortado.

A un año de esos fatídicos episodios se están por cumplir dos largos meses en los que entendí, o estoy tratando de entender, que no voy a volver a ver a mi viejo. Yo sé que a él le encantaban, como a mí tío y a mi abuelo, las delicias mágicas y absurdas que podía inventar el gran ídolo popular. A todos ellos me gustaría contarles, aunque no sea posible, que por estas fechas me tocó llorar dos veces (y en alguna otra oportunidad también) mientras pensaba la forma de homenjearlos.