Adiós Francisco

Este día, cargado de pesar para millones de creyentes y no creyentes por igual, despedimos a Jorge Mario Bergoglio, el Papa Francisco, quien falleció a los 88 años. El primer pontífice latinoamericano, el primer jesuita en llegar al trono de Pedro, el hombre que eligió su nombre en homenaje al santo de los pobres y que, fiel a ese gesto, intentó desde el primer día llevar el peso de la Iglesia católica hacia los márgenes.

Desde que asomó por el balcón de San Pedro en 2013, sin vestiduras doradas ni joyas, con un “buona sera” despojado y casi tímido, Francisco marcó un nuevo rumbo. Su papado estuvo lejos de ser perfecto, pero también muy lejos del silencio cómplice. Denunció con fuerza la desigualdad, el extractivismo, la idolatría del dinero, el descarte de los más vulnerables. Habló de justicia social desde Roma y en las periferias del mundo.

Fue el Papa que abrazó migrantes, que pidió “una Iglesia pobre para los pobres”, que agitó conciencias cuando dijo que el sistema económico “mata”. El que se animó a pedir perdón en nombre de la institución, a levantar la voz frente a líderes autoritarios y a defender una ecología integral como nadie en la historia de su Iglesia.

Quienes vieron en él solo un jefe religioso se quedaron cortos. Francisco fue también un actor político en el mejor sentido: comprometido, incómodo para los poderosos, puente entre culturas, mediador de paz, voz para los sin voz. A veces incluso más valorado fuera de la Iglesia que dentro de ella, resistido por sectores ultraconservadores que no le perdonaron haber puesto en discusión privilegios y estructuras de poder.

Desde el sur del mundo, en medio de una Iglesia golpeada por escándalos y desafección, supo darle al catolicismo una esperanza de renovación. No logró todas las transformaciones que propuso, pero abrió caminos. En tiempos de grieta, propuso diálogo. En tiempos de egoísmo, insistió con la fraternidad. En tiempos de cinismo, predicó con gestos.

Hoy se va un líder espiritual que incomodó con ternura, que creyó en la política como servicio y que llevó el Evangelio —ese que muchos citan y pocos practican— a las calles, los comedores, las villas, los hospitales, las cárceles. Se va el Papa que soñó con una Iglesia en salida y dejó una huella que, como él, no quiso ser de mármol, sino de carne. Descanse en paz, Francisco.