El Eternauta

El Eternauta vuelve. Esta vez no en viñetas, no en papel, sino en una superproducción audiovisual que se estrena por streaming y que pone en primer plano una historia tan argentina como universal: una nevada mortal cae sobre Buenos Aires, y un puñado de personas resiste desde una casa en Vicente López mientras el país —y el mundo— es invadido por fuerzas alienígenas. Pero más allá del relato apocalíptico, la serie nos devuelve algo más profundo: la figura de su creador, Héctor Germán Oesterheld, escritor, militante, y desaparecido por la última dictadura.

La adaptación de El Eternauta llega con una fuerte carga simbólica. No solo por lo que representa la historia en sí —un clásico fundacional de la historieta latinoamericana y una distopía con lectura política— sino por el momento en que se lanza: en un país donde se discute la memoria, el sentido de lo colectivo y el lugar de la cultura, la serie vuelve a traer preguntas incómodas.

Oesterheld escribió la historia original en 1957, en colaboración con el dibujante Francisco Solano López. Con los años, la obra fue leída de muchas formas: como ciencia ficción pura, como alegoría política, como denuncia, como resistencia. En los años 70, el propio Oesterheld reescribió El Eternauta desde una mirada más radicalizada, ya comprometido con la militancia revolucionaria y en plena persecución por parte del Estado.

Su desaparición, en 1977, junto con la de sus cuatro hijas y varios miembros de su familia, no hizo más que sellar la dimensión trágica y heroica de su figura. Oesterheld ya no era solo un guionista de historietas. Era un símbolo de lo que el poder quiso exterminar: cultura popular, pensamiento crítico, sensibilidad política.

Ver hoy El Eternauta en la pantalla no es solo consumir entretenimiento. Es también volver a mirar un espejo oscuro y fascinante que nos devuelve una pregunta central: ¿quiénes somos cuando todo se desmorona? ¿Qué nos une cuando el peligro ya no viene de otro planeta, sino de nosotros mismos?

La serie, más allá de sus aciertos estéticos o narrativos, funciona como acto de justicia simbólica. Pone en circulación masiva una historia que nace de la imaginación, sí, pero también de la historia real de un país atravesado por la violencia, la desaparición y la necesidad de no olvidar.

Porque como decía el propio Oesterheld, El Eternauta no es un héroe individual: es un héroe colectivo. Y esta versión audiovisual, como homenaje, no puede tener mejor mensaje en estos tiempos.